
Estar preocupados por el peso y sentirse discriminado por ello favorece el aumento de peso. ¿Cómo se explica esta relación? Por una respuesta de estrés.
Cuando estamos preocupados e insatisfechos con nuestro peso o sentimos que la gente nos discrimina por ello o por nuestro aspecto físico, estamos experimentando una emoción negativa que activa una respuesta de estrés en nuestro organismo. ¿Una respuesta de estrés? Vayamos por partes…
¿Qué es el estrés?
El estrés es la respuesta general del organismo ante una demanda que se le plantea. Cuando el organismo percibe una amenaza para su supervivencia o su reproducción, activa una serie de mecanismos fisiológicos que preparan al organismo para dar una respuesta de huida o de ataque. Los estímulos capaces de desencadenar una respuesta de estrés son muy variados y hoy sabemos que ante una preocupación, ya sea por un problema real o imaginario, nuestro organismo responde como si se tratara de una amenaza real.
Cuando la respuesta de estrés se mantiene porque el estresor persiste, en este caso la preocupaciones por el peso y la insatisfacción corporal, las glándulas suprarrenales secretan una hormona, el cortisol. El cortisol se ocupa de hacer que esa respuesta del cuerpo se ejecute durante todo el tiempo que dure la situación amenazante. Deja al cuerpo “en alerta”, preparado para reaccionar cuando sea necesario. Por tanto, una de sus funciones es mantener constante el nivel de glucosa sanguínea para nutrir los músculos, el corazón, el cerebro y asegurar la renovación de las reservas. Por esta razón uno de los efectos del cortisol es incrementar nuestro apetito y, particularmente, aumentar nuestra apetencia por alimentos ricos en grasas y en azúcar porque son alimentos altamente energéticos y, al mismo tiempo, favorece la acumulación de grasa en la zona abdominal. ¿Por qué? Para tener reservas energéticas por si hay que correr o luchar. Hay que recordar que el cortisol deja el cuerpo “en alerta”. Estos efectos, que son el resultado de una respuesta natural del organismo cuando nos sentimos amenazados, si se prolongan en el tiempo acaban produciendo efectos indeseables en nuestro organismo y en nuestra salud.
Y es que el exceso de adrenalina y cortisol liberados en sangre día tras día producen efectos perjudiciales como pueden ser: cansancio (o incluso extenuación), dolor físico, falta de concentración, problemas de memoria, ira y agresividad y problemas de sueño. A largo plazo, el cortisol puede producir efectos como los siguientes: debilitamiento del sistema inmunitario, como por ejemplo, nos resfriaremos más veces de lo habitual, aumento de las alergias, empeoramiento del asma, sentimientos de fracaso, ansiedad o depresión.
¿Y puede la alimentación convertirse en una fuente de estrés?
Sin duda, y sino ¿Cuál es la reacción de muchas personas ante la preocupación por el peso y su aspecto físico? Dejar de comer, saltarse comidas, ya sean las principales como el desayuno, la comida o la cena, o las colaciones como la media mañana y la merienda, practicar dietas muy extremas y sin supervisión de un profesional, practicar actividad física de manera excesiva con el objetivo de perder peso y “esquivar” la apetencia de alimentos muy energéticos ¿Y qué efecto tienen estas estrategias? El efecto contrario, aumentan nuestra respuesta de estrés porque cuando pasamos hambre y comemos por debajo de nuestras necesidades nuestra organismo interpreta que estamos amenazados por un período de hambruna y, por tanto, incrementa nuestro apetito por alimentos muy energéticos, nos hace pensar todo el tiempo en comida para activar nuestra conducta hacia la búsqueda de alimentos y favorece la acumulación de grasas para asegurar la supervivencia. Y todo ello, a la vez, incrementa nuestro sentimiento de fracaso, nuestra preocupación e insatisfacción. Entramos así en un círculo vicioso.
Si nos sentimos identificados o nos ha pasado alguna vez, ¿qué podemos hacer para romper con este círculo vicioso? Muy fácil, reducir nuestra fuente de estrés, es decir reducir nuestras preocupaciones por el peso y la insatisfacción que sentimos por nuestro cuerpo y, al mismo tiempo, comer de una manera saludable sin pasar hambre para que el organismo no se sienta amenazado y no esté permanentemente en modo de “alerta”. De esto modo nuestro estado de ánimo mejorará, el peso y el apetito se estabilizarán, y nuestra salud general mejorará. (Gemma).

Doctorada en Psicología y Master en Dietética y Nutrición Humana por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora en el Departamento de Psicología Clínica y de la Salud de la UAB desde el año 2006 colegiada en el Colegio Profesional de Psicólogos de Cataluña (COPC; Colegiada nº 12546)